CURRICULO

jueves, 22 de febrero de 2018

OBSERVAR (SIEMPRE) ANTES DE ACTUAR…



Soy trabajadora social: ello se nota en mi forma de pensar, en mi manera de sentir la realidad y, coherentemente, en mi modo de actuar.

De acuerdo con la definición mundial aprobada por la Federación Internacional de Trabajadores Sociales y por la Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social (Melbourne, julio de 2014), el trabajo social es una profesión basada en la práctica y una disciplina académica que promueve el cambio y el desarrollo social, la cohesión social, el fortalecimiento y la liberación de las personas. Los principios de la justicia social, los derechos humanos, la responsabilidad colectiva y el respeto a la diversidad son fundamentales para el trabajo social. Respaldada por las teorías del trabajo social, las ciencias sociales, las humanidades y los conocimientos indígenas, el trabajo social involucra a las personas y las estructuras para hacer frente a desafíos de la vida y aumentar el bienestar.

Tengo experiencia como trabajadora social en los ámbitos hospitalario (SACYL de Palencia y Burgos), directora y docente (ayuntamientos de Valladolid y Medina del Campo además de Escuelas de Tiempo Libre) e institucional (Aspaym, Inclusión Plena, Cruz Roja, Vaya Tela y Asprona) y, desde noviembre de 2017, he tenido además la ocasión de incluir una nueva institución en mi universo de experiencias: el de la Casa de Juventud “Aleste”, en el Barrio de Pajarillos de Valladolid.

Los salesianos inauguraron esta presencia el 1 de noviembre de 1971 en unos locales cedidos por el Ayuntamiento de Valladolid en la Calle Golondrina aunque su oferta tal como la conocemos ahora, como un complejo anejo a la Parroquia de María Auxiliadora, se remonta al 1 de mayo de 1977.


La opción preferencial de los salesianos de Don Bosco han sido desde siempre los jóvenes en riesgo de exclusión social. Y confieso que ello me sedujo enormemente y fue la principal razón por la que entré a colaborar con los proyectos desarrollados aquí en Valladolid.

Durante estos meses he conocido de primera mano algunos de los proyectos desarrollados con niños, jóvenes y adultos:
  • Con niños del Barrio de las Delicias, en programas de intervención social con menores de entre 6 y 12 años en situación de riesgo de exclusión con el objetivo de prevenir su fracaso escolar y promover su socialización. El programa lo coordina una animadora y participa una maestra en educación infantil. La coordinación con las trabajadoras sociales de los CEAS y/o con las familias es muy mejorable.
  • Con jóvenes de Laguna de Duero, mediante proyectos-servicios que propicien nuevas oportunidades a la integración, socialización, inserción socio-laboral y al emprendimiento juvenil para adolescentes y jóvenes de entre 15 y 30 años (apoyo escolar y compensación educativa, talleres prelaborales, talleres de idiomas, cursos de empleabilidad, información laboral, emprendimiento juvenil, espacios de coworking…). El proyecto en el que participé yo lo coordinaba una integradora social y nutricionista. Los contenidos relacionados con la adquisición de competencias sociales constituyen la parte fundamental del programa y en donde se ubica mi contribución.
  • Con adultos tuve ocasión de colaborar en dos proyectos:
1. Adultos gitanos del Barrio de Las Delicias. 
2. Socios de la Asociación Cultural “El Candil”.


Desearía centrarme en estos dos ámbitos:

  • Los adultos del Barrio de las Delicias provienen en todos los casos de derivaciones de los CEAS. Su asistencia diaria al programa está vinculada a poder seguir percibiendo una ayuda económica. La motivación inicial no es intrínseca de partida. Sin embargo en estos meses hemos llegado a concreciones importantes:
1. Las ayudas económicas nos hacen dependientes y nos estigmatizan como colectivo.
2. El hecho de no seguir figurando como perceptores de estas ayudas nos alejaría de ser objetivos prioritarios de las ofertas de empleo.
3. Ser gitano no ayuda, de partida, a lograr empleos dignos: es cierto que carecemos, en general, de una capacitación suficiente para poder desempeñar muchos de los puestos de trabajo disponibles en el mercado pero, en la base, precisamos también, con carácter de urgencia, de una formación adecuada en habilidades sociales. En este último aspecto es en donde más incidió mi aportación.
  • Los socios de “El Candil” constituyó la otra vertiente de mi trabajo con personas adultas (la razón fundamental, creo, por la que fui contratada por la Casa de Juventud “Aleste”):
1. Como necesidades se apreciaban incrementar la participación y reforzar el sentido de pertenencia a este proyecto asociativo.
2. Mi contribución consistió en tratar de devolverles su propia imagen mediante el feed-back con reportajes que compartí en sus redes sociales, acompañarles en sus celebraciones (visitas culturales, cenas solidarias, cafés de los socios, fiesta de las Águedas, Carnaval…) e introducir alguna innovación con propuestas concretas de acciones con proyección social como “Las Fiestas de la Edad” en la Residencia “Cardenal Marcelo”.


Tras cuatro meses, agradezco la oportunidad de haber podido conocer más de cerca en qué se concretan muchas de las derivaciones que los/las trabajadores sociales realizamos desde los Centros de Acción Social. Hubiera deseado haber podido servir de puente entre estos profesionales (entre mi profesión) y el resto de profesionales que bajo el paraguas de la denominada “educación social” acoge a un variopinto espectro de profesiones muy diferentes y no siempre coordinadas: integración social, animación sociocultural, educación infantil, sociólogos, filólogos o teólogos… pero mi trabajo se limitó también, y en el mejor de los casos, a actuar como “educadora social” cuando no a poner cafés o a cobrar las cuotas de los socios… labores que, por otra parte, me propiciaron una privilegiada perspectiva para poder observar… siempre… antes de actuar.